Páginas

sábado, 16 de agosto de 2014

UNA PÁGINA DE UNA NOVELA QUE AÚN NO SE HA ESCRITO...






No conozco estas estrellas. El observatorio privilegiado que forman estas montañas llenas de árboles de bellotas y nogales totalmente naturales, me brinda esta noche un cielo nunca visto. Bajo mi cabeza, y a mi propia altura, un joven en cuclillas asegura que para él la historia de su pueblo, de su país, es como una novela, que siempre entendió que él vivía dentro de una novela de muchos tomos, y -dice- de esa novela, tan solo, quiere compartirme, contarme, decirme, regalarme, una página. Había tres hermanos. El más grande apareció quemado, muerto, incinerado, junto con otras personas arriba de un coche en una ciudad antigua que supo llamarse Amida, capital del Imperio Hitita.


El segundo hermano, con su pareja, estaban esperando la llegada de su primera descendencia y hacía pocos meses se encontraban entusiasmados en la espera de la criatura. Ellos fueron detenidos por el sólo hecho de ser, de existir, de tener un origen determinado, hablar una lengua que no era la oficial del estado, ser parte de una cultura y una historia diferente a la que era la legalmente admitida. Sufrieron y conocieron diversas prisiones. Fueron liberados luego de mucho tiempo -la prisión injusta nunca es breve- y luego de un tiempo de desesperación y desesperanza, sin saber qué hacer se fueron a vivir al exterior, escapando, exiliándose en Europa.


El tercer hermano se vio obligado a migrar por las metrópolis más grandes del país oficial, cuyas fronteras también oprimen a su país real. Deja atrás una mujer y un puñado de niños, la criatura más pequeña aun mama los pechos de su madre. Hoy esa mujer y una hija viven en otras fronteras, en el mismo país, en su parte sur, en el que es conocido como el ‘Campamento de Mahmour’, una ciudad refugiada del norte que migró al sur cuando fueron perseguidos, quemados sus pueblos, inundadas sus aldeas, negadas y asesinadas sus vidas y existencias.


Quien cuenta esta historia -dice- se crió pequeño por las calles de su país, luego las migraciones internas lo llevaron a Amida, donde empezó a trabajar en la única prensa que no calla el dolor y la lucha que su pueblo grita. Cuando comenzó a trabajar allí, encontraron fosas comunes en la zona en que trabajaba, unos cuatrocientos cadáveres malolientes formaban esa aberración de la que es capaz el nacionalismo. Casi todos eran de su misma etnia, todos de su misma nación, ciento cincuenta de su misma ciudad. Sus propias manos sacaron esos cuerpos de la tierra para poder darles digna sepultura, saber su identidad.


Muchos de ellos, supo luego, eran sus amigos, sus compañeros, sus vecinos. Hace siete meses, este joven que regala tímidamente una página de una novela, cambió su nombre por el de ‘Guerrero’ y su apellido por el nombre que su tía llevaba al caer mártir en la lucha contra el terrorismo en el norte de Siria, parte occidental de su país. Este Guerrero subió a las montañas, grabador y cámara en mano, siempre musicaliza los senderos y veredas de faldas y valles, y nunca deja que su Kalashnikov se aparte mucho de él.


Es parte del equipo de comunicación de la guerrilla kurda del Partido de los Trabajadores de Kurdistán, en las montañas de Kandil, de donde los nacionalismos de Oriente Medio y las potencias imperialistas solo podrán sacarlo muerto, luego de haber enfrentado a sus miles de compañeros, y haber logrado evadir las treinta balas que carga su fusil, y la que siempre lleva de reserva en el bolsillo interno de su chaleco.



JORGE R. OTTINO

Montañas de Kurdistán

28-06-2014

1 comentario:

  1. Gracias Jorge por compartir esta página.Patria o Muerte.Un abrazo militante.

    ResponderBorrar